Childe Harold's Pilgrimage2
Las peregrinaciones de Childe Harold

“Le comprendió admirablemente en toda su complejidad. El rasgo esencial de Byron le pareció ser una sensibilidad generosa y enfermiza, que en su juventud había de formar la materia de un hermoso carácter. El frío precoz de la maldad había impedido al grano germinar; pero no había podido matarlo. Cuando Lord Byron decía que él era un ángel caído, tenía razón. Todos los elementos de un ángel estaban en él; pero había encontrado a los hombres tan duros, tan falsos que el horror de la hipocresía había llegado a ser su sentimiento dominante” palabras de André Maurois sobre la amistad que Lady Blessington mantuvo con Byron.

Byron Maurois
Famosa biografía de Lord Byron por André Maurois

“Yo me remonto con el pensamiento a los días de mi infancia, y me sorprendo de la intensidad de mis sentimientos en aquella época; las primeras impresiones son indelebles. Mi pobre madre, y luego mis compañeros de colegio, por sus burlas, me habían llevado a considerar mi enfermedad como una gran desgracia, y yo no he podido nunca dominar este sentimiento. Se necesita una gran bondad natural para vencer la amargura corrosiva que una deformidad engendra en el espíritu y que lo predispone contra todos” reflexiones de Byron sobre su vida y su cojera, citadas por André Maurois.

Byron es comúnmente estereotipado como un romántico rosado, es decir, un personaje que dedico su vida al cultivo de los placeres, las mujeres, la bebida. Algo fácil de encajar en el personaje de Byron por su vida licenciosa (tuvo tres hijas de diferentes mujeres y no pocas amantes) y por obras suyas como Don Juan. Sin embargo, detrás del estereotipo del romántico rosa, la obra de Byron se preocupa por tratar problemas religiosos, políticos, metafísicos, más allá de la estética rosa que con la que se le suele confundir. Sus poemas lo defienden por sí mismo. Aquí, recogemos algunos de Las peregrinaciones de Childe Harold:

Primer Canto

V

Había recorrido todos los dédalos del vicio, sin reparar jamás en sus engaños. Había suspirado por miles de beldades, aunque únicamente amaba a una sola, y aquella a la que amaba no pudo ser suya nunca. ¡Qué felicidad escapar a un hombre cuyos abrazos hubiesen profanado una belleza tan casta! ¡Cuán dichosa fue al no caer en los brazos de un hombre que hubiese abandonado prontamente sus encantos a cambio de vulgares voluptuosidades, que hubiere disipado todos sus bienes con el fin de continuar sus despilfarros, desdeñando los placeres tranquilos de la felicidad conyugal!

IX

Y nadie le amaba, nadie le quería, a pesar de llamar a su castillo a todos los gozadores de todos los países; sabía muy bien le prodigaban sus adulaciones en los días de festín, pero que no pasaban de ser parásitos sin corazón. ¡Nadie le amaba!, ¡ni sus queridas concubinas! La mujer únicamente busca la riqueza y el poder, allí donde se presenta, acude la voluptuosidad veleidosa. Se parecen a las mariposas, pues la luz es lo que atrae a las beldades; y Mammón alcanza éxitos en donde los ángeles fracasarían.

XXIV

¡He aquí los palacios en donde se reunieron en otras épocas los jefes guerreros!, palacios odiosos a todo corazón inglés.

¿Quién es ese mal genio de burlona sonrisa, de estatura de enano, que lleva como diadema el gorro de la locura? Viste manto de pergamino; a su lado se ve el sello del estado; sobre un negro centro figuran inscritos algunos nombres conocidos entre los caballeros, gran número de firmas que el malicioso enano señala con su dedo riendo maliciosamente de buena gana.

XXV

El nombre que lleva el demonio que se burla de los caballeros reunidos en el palacio de Marialva es la Convención. El supo privarles de todo su cerebro (si es que alguna vez lo tuvieron), y cambiar en duelo el loco regocijo de una nación. La locura pateó el penacho del vencedor, y la política reconquisto aquello que había ganado el valor. En vano crecen los laureles para jefes tales como los nuestros. ¡La desgracia se cierne antes sobre los vencedores que sobre los vencidos, desde que la victoria languidece desdeñada sobre las orillas del Tajo!

XLIV

Ya hemos hablado bastante de los favoritos de Marte; dejémosles en sus crueles juegos; dejémosles arriesguen sus vidas a cambio de la gloria. La gloria no reanimará sus cenizas, aunque miles de hombres sucumbieren para dar lustre al nombre de uno solo entre ellos.

Cruel seria desilusionar a esos felices mercenarios que creen combatir y morir por su patria; esos que tal vez hubieren llegado a ser su afrenta de haber vivido para morir más tarde en alguna sedición nacional, o en esfera más reducida, entregándose al bandidaje en los recodos de los apartados caminos.

Segundo Canto

XLIV

Aquí la cruz de Cristo (porque aún se la encuentra, aunque cubierta de oprobios por parte de los circuncisos), olvida ese orgullo que acompaña a todas partes a sus ministros celosos, debido a los homenajes de los hombres; tanto el sacerdote como el humilde cristiano son despreciados igualmente en estos parajes.

¡Odiosa supersticion! Cualquiera que sea el disfraz con que te ocultes ídolo, santo, virgen, profeta, medialuna o cruz, sea cual fuere el símbolo que quieras ofrecer a la adoración del mundo, no eres tesoro más que para el sacerdote, y ruina para el resto de la humanidad. ¿Quien sería capaz de separar el oro puro del verdadero culto de su aleación impura?

Tercer Canto

VI

Con el fin de doblar nuestra existencia, nos complacemos en crear nuevos seres, en dar forma material a nuestras visiones, en identificarnos con ellas como estoy haciendo en este momento. ¡Qué soy! Nada; pero no sucede lo mismo en cuanto a mi pensamiento; con él recorro el planeta; invisible, pero viéndolo todo, asociado a su origen espiritual encontrando algún resto de sensibilidad en mi corazón marchito y apenado.

L

Mil fueron las batallas que devastaron tus orillas; la matanza amontonó cadáveres y cadáveres. ¿Dónde están hoy aquellos famosos guerreros? Ya fueron olvidados; pasó su gloria y hasta sus tumbas han desaparecido; tus ondas se tiñeron un momento de sangre, pronto recobraron su limpieza, reflejando de nuevo sobre su movedizo cristal los dorados rayos del sol; pero, por rápida que sea su marcha, tus aguas rodarán en vano sobre los dolorosos sueños de mi memoria.

LXIII

Mientras Waterloo y Canas se disputan la cruel carnicería, los nombres reunidos de Morat y Maratón pasaron juntos a la posteridad, coronados por la verdadera gloria. Esos dos triunfos no presentan mancha ante los ojos de la humanidad. No fue la ambición lo que guiaba a los vencedores; eran un ejército de ciudadanos, de hermanos, de hombres libres, no de soldados mercenarios que luchaban bajo banderas reales para servir los vicios de sus dueños. Ninguna comarca fue condenada por ellos a gemir bajo el peso de aquellas leyes, dignas de Dracón, que proclamaron divinos los derechos de los monarcas.

LXXI

No vivo para mí solo, sino que llego a formar parte de todo cuanto me rodea. Las altas montañas me inspiran simpatía; el ruido de las ciudades es suplicio para mí: lo único que me parece odioso en la naturaleza es el formar, contra mi voluntad, un eslabón en esa cadena de seres, y verme clasificado entre las criaturas, cuando mi alma puede emprender el vuelo y confundirse con los cielos, la cima de los montes, la llanura movediza de los mares y la estrella de la bóveda azulada.

LXXVI

Aquí inició Rousseau su vida de desgracias; Rousseau fue sofista ingenioso que se propuso atormentar su alama; apóstol de la melaconlía que pintó la pasión con mágicos hechizos, haciendo intervenir en el diálogo al dolor que habló por su boca con irresistible elocuencia.

Sin embargo, consiguió que su delirio fuese admirable supo revestir los actos y pensamientos culpables de un colorido celeste de expresiones que nos deslumbró como un rayo de sol, obligándonos a verter involuntarias lágrimas como él.

LXXXI

Ese pueblo erigió un monumento espantoso, aprovechando los escombros de los antiguos prejuicios y de las opiniones tan viejas como el mundo. Francia se atrevió a rasgar el velo, exponiendo ante los ojos del mundo entero el secreto que había velado hasta aquellos instantes; pero derribó lo bueno y lo malo, no dejando más que ruinas. Por desgracia, nuevos calabozos reemplazaron prontamente sobre los mismos cimientos de los antiguos, porque la ambición circunscribió su pensamiento a su egoísmo.

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