al norte
Al norte de los rios del futuro (AUB, 2014)

Sub 25, tu mejor estación de poesía en internet, te presenta 3 poemas de Jerónimo Pimentel de su libro “Al norte de los ríos del futuro”:

 

1

Vivo en un centro cínico.

Escogí el lugar con detenimiento.

Armé una carpa, clavé estacas y cuidé que una a una atravesaran mis pensamientos; luego cada idea sería una crucifixión y cada silencio el luto de una virgen.

Este es mi país, un territorio sin voluntad donde la intuición rige sobre las cosas.

Un sitio horrible, por cierto.

No tiene sol; una noche apenas interrumpida por gritos de pájaros y el tránsito de una opacidad a otra deja ver cuatro lunas que se ceden mutuamente el dominio de las tinieblas.

Yo, desde mi carpa, especto cada tres horas el cambio lunar.

(Las telas se abren cuando la luz del cuarto satélite refracta el amanecer del primero; días largos donde la única distracción consiste en buscar formas humanas en el juego de fosforescencias que regalan líquenes acuáticos).

El resto del tiempo esperamos que aparezca el mensajero.

Suele tomar el aspecto de Dodo; y le acompañan gansos, buitres, tornillos e insectos.

Vivo en un centro cínico.

Nadie me puede sacar de aquí.

 

7

¿Qué hacer cuando no sabes qué hacer?

El corolario de N. Jira a la Ley de Godwin: “Si todo viene hacia ti, es que vas en la dirección opuesta”.

Es una buena pista, pero presenta un problema: el postulado se alimenta de dos presupuestos:

1. Que hay un camino trazado
2. Que dicho camino es recorrido por grupos distintos en direcciones contrarias.

A pensar de su nomenclatura geográfica y de su espíritu orientativo, el mundo donde funciona dicho corolario no es un mapa, es una línea. Por otro lado, a veces la gente abunda y otras falta, ¿qué hacer cuando no tenemos información suficiente para utilizar esta brújula?

Stefan Zweig: “El que obra heroicamente tiene que obrar, por fuerza, contra la lógica”.

Es un apoyo excelente, más refinado, una sentencia tan genérica que puede ser aplicada en cualquier momento. Como ahora, que soy una hormiga que camina al borde de un naipe.

Sin embargo, hay determinados estados en los que no nos sirve en heroísmo ni la lógica, y el sentido común no es cosa clara (después de todo, Zweig pensaba en Magallanes, no en ti, que jamás subiste a un bote porque le tienes miedo a cualquier cosa que sea mayor que tus piernas). Y de hecho, la mayor parte de las veces nos enfrentamos a situaciones ordinarias en las que el heroísmo solo pasa por estupidez y la lógica está descartada por el corolario de N. Jira a la Ley de Godwin.

En tal caso, sólo nos queda aplicar una de dos alternativas:

1. Volver a Séneca: “Para quien no sabe adónde va, no hay buen viento ni mal viento”.
2. La siempre útil Navaja de Ockham: “Ante soluciones equiparables, prefiérase la más simple”. O como sea.

 

31

La Misión 37 aterrizó en un pequeño sólido que orbitaba alrededor de tres estrellas de helio: la más cercana era muy chica, casi una naranja suspendida en el cielo; la segunda era el coloso que tornaba grave todo lo demás; la tercera, en cambio, no se veía nunca, salvo en determinados eclipses en los que aparecía como mancha o sombra. No había noche; se pasaba del claroscuro a la penumbra soleada y de esta a un doble amanecer.
El anciano se acercó y señaló objetos, pero no tenía idioma para varios de ellos.
Piedra.
Casa.
Basalto.
Silencio.
Silencio.
Calor.
Silencio.
No-calor.
Nave.
Silencio.
En mi planeta, dijo,
En cada féretro descansa un hombre y junto a él un verbo que nunca más se vuelve a usar.
Bajé el casco de mi escafandra y la dejé en un pequeño arco de madera que funcionaba como repisa o asiento. Era un tronco o raíz que crecía a la superficie para luego descender y enterrarse de nuevo.
Volteé para ver a mi colega.
No es que se pierda una visión del mundo, insistió, se pierde el mundo, ¿entiende?
¿Cuántos quedan de su especie?, preguntó Zuzster.
Yo, contestó.
Y luego:
Tú.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Ellas.
Quise recoger mi casco, pero había desaparecido. Los soles se alinearon de tal forma que la ciudad perdió forma. Las siluetas se difuminaron en un blanconegro sobre el que estallaban, como relámpagos, luces de azul tornasolado.
Zuzster empezó a correr.
Hice el amago de seguirlo, pero una fuerza me retuvo del hombro.
¿Y tú, viajero, qué palabra eres?

 

jeronimo

Jerónimo Pimentel nació en Lima en 1978. Estudió Periodismo en la Pontificia Universidad Católica del Perú, profesión que ha ejercido en diversos medios como el diario El Comercio y la revista Caretas. Ha publicado los siguientes poemarios: Marineros y boxeadores (Santo Oficio, 2003), Frágiles trofeos (AUB, 2007) y La muerte de un burgués (AUB, 2010). También, el libro de prosas La forma de los hombres que vendrán por Matías P. Delgado (Underwood, 2009). La ciudad más triste es su primera novela. Ha publicado también Al norte de los ríos del futuro (AUB, 2014) y la pequeña novela Estrella solitaria (FCE, 2016).

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