Es mucho lo que se ha dicho y hecho acerca de Luis Hernández y de nuestra (mala?) costumbre de llamarlo “Lucho” o, más aún, “Luchito”. Para aumentar el hype que tuvo la reciente re-edición de su libro Vox Horrísona por parte Pesopluma, hemos hecho una selección de sus clásicos. Sin más preámbulo, le ofrecemos lo mejor(?) de Luchito Hernández y sus plumones.

 

ABEL

Abel, Abel, qué hiciste de tu hermano

Di, qué hiciste,

Con el tallo de tu cuerpo siempre pito

Las sandalias lustradas y tus veintes.

No mirabas las ubres de las vacas

Ni el coloquio escondido de tus perros,

Sólo el humo de tu ofrenda que ascendía

Como ascienden las moscas hacia el cielo.

Sin embargo

Yo he visto a tu hermano y lo conozco

Persiguiendo la cólera entre vainas

Entre campos de trigo

Con los sucios vapores de su llanto

Reposando en la tierra

Como pronos cadáveres sin deudos

Dime entonces qué hiciste

Hoy que yace tu hermano tan al este.

Tú que nunca pensaste que para otro

Era duro de roer el Paraíso.

 

A UN SUICIDA EN UNA PISCINA

No mueras más

Oye una sinfonía para banda

Volverás a amarte cuando escuches

Diez trombones

Con su añil claridad

Entre la noche

No mueras

Entreteje con su añil claridad

Por lo que Dios más ame

Sal de las aguas

Sécate

Contémplate en el espejo

En el cual te ahogabas

Quédate en el tercer planeta

Tan sólo conocido

Por tener unos seres bellísimos

Que emiten sonidos con el cuello

Esa unión entre el cuerpo

Y los ensueños

Y con máquinas ingenuas

Que se llevan a los labios

O acarician con las manos

Arte purísimo

Llamado Música

No mueras más

Con su añil claridad.

Lima, 8 de agosto de 1971 – Brian, Sein und Zeit

I

UNA IMPECABLE SOLEDAD ROMAN KITSCH

Book the First  (extracto)

Shelley Alvarez se sentó al piano para iniciar la Ofrenda Lírica de Bach. Al lado del pedal de resonancia brillaba al sol de otoño una botella de whisky Johnnie Walker.

Y en el interior, confundida entre las líneas del arpa, Shelley Alvarez escondía un fragmento de haschisch, tan sólo por eufonía.

En el horizonte algo simulaba una luz: era el reflejo de un letrero de hojalata.

Shelley digitó la Ofrenda sin reparar en el Tiempo.

Luego cerró el piano y escuchó la Música de las Esferas. Fue entonces que decidió tomar un baño de tina.

Mientras lo hacía en medio de avisos, voces, crujidos, surgió de la radio La Última Canción de Richard Strauss. Y el Universo alcanzó para Shelley el mc2.

Shelley Alvarez no creyó estar soñando: su perfecta formación dentro del Empirismo inglés jamás se lo hubiera permitido.

La Canción concluyó, y Shelley recordó con Melancolía, que él nunca conociera La Melancolía, ni el temor, ni, quizás, la dicha.

Mientras se secaba leyó el poema que alguna vez dejó en un papel:

Mi primer Amor fue La Música

Mi segundo amor fue El Amor

A la Música. Mi tercer

Amor fue triste y feliz.

Y se entretuvo arrojando dardos, para alejar su corazón de su corazón, porque el recuerdo del Amor es más fuerte que el Amor.

Pero existían los dardos, y el whisky. Y algo más: Shelley tenía en sí una cierta soledad que acompaña, una soledad que no mata: una impecable soledad. Poseía dos pianos: un Pleyel y un Erhard, con los cuales viajaba en algún trasatlántico: de preferencia el France.

Y mostraba con indiferencia el vacío de su vida; porque no era vacío, sino plenitud. Nunca intentó responder la pregunta, y su vanidad legendaria partía de saberse misterioso. Cuando en las tardes de verano la arena a merced del viento se extiende a impulsos de las manos de Dios que habita en los frascos de cerveza, y todo está en Fa mayor, Shelley incluso hablaba.

Y solamente por una vez nombró lo que no pudo ser. Y así como dos pianofortes, poseía dos automóviles: un Volvo de dos puertas y otra máquina cuyo nombre no recordaba desde que escuchó Islamey y contempló el mundo con cierta aprehensión.

book the second

CACTUS

Soy un mexicano herido

Por la espalda. Υ como

Estoy herido, sé ya

Qué ciudad tomar.

En el crepúsculo crecen

Cactus, grama pequeña

Y piedras sobre el

Grass.

Y no he conocido jamás

Un adicto a la

Mariguana. Porque no

Existe adicción a la

Mariguana. Pero sí

Clínicas donde se

Trataba la adicción

A la mariguana. Con

Celda de castigo,

Cuatro enfermeros

Macetas y un

Residente tó de blanco

Que les tiembla a los

Loquitos y es ciego

A las acciones

Y pasiones de los

Enfermeros.

 

PREGUNTA

Si Jorge Chávez no ha muerto, y

Vive en el corazón de los peruanos.

¿En el corazón de quién

Vivimos los peruanos?

 

HOY DAS al mar

De Agua Dulce

El único relato

Solamente que tu cuerpo

Vencido es ahora un templo

un tiempo de amor

Y enlazas tu corazón

A nadie

Tan silencioso soy que tu recuerdo

Me permite la dicha

Y el óxido tenue

Que dejan los barcos

Tras partir

Tan solitario soy

Que si hablara

Brotarían a una vez

De la luz

A la vez de los acantilados

Y las claras vertientes

Algas maderos

Que la marea

Una vez dejó tan silencioso

Soy

Que tu recuerdo

Me permite la dicha Lima

Julio de mil novescientos

Setente y cinco.

 

Lucho-Hernandez-Perú-Poesía

Luis Hernández (Lima, 1941)

Luchito Hernandez para todos. Generación del 60. Médico de profesión, poeta, músico, astrónomo, etc. Ex-campeón peso welter interbarrios. Publicó tres poemarios en cinco años y su obra restante fue escrita con plumones en cuadernos que regalaba aleatoriamente, aparte de paredes, cartulinas, muebles, fotografías, etc. De sus más de 150 cuadernos estimados, se conservan unos 60, compilados por Nicolás Yerovi en su conocida obra Vox Horrísona. Le gustaba la Coca Cola.

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