El siguiente artículo es una colaboración de Nicole Copello, parte del staff de colaboradores de Sub25

Con la excepción de los fascinantes dibujos de Hayao Miyazaki, creo que fue a través de Wong Kar-wai que me acerqué por primera vez al cine asiático. En mi primer año de universidad tuve la oportunidad de ver en una clase “Chungking Express”, una película sobre las historias cruzadas de dos policías que se enamoran cada uno de una mujer en Hong Kong. De esa clase recuerdo tres cosas: querer ir a Hong Kong, enamorarme de los colores de la película, y escuchar en mi mente “California Dreaming” en loop por tres días consecutivos.

Empecemos por lo obvio: el cine de Wong Kar-wai tiene un estilo inconfundible, tanto visual como temático. A excepción de “Ashes of Time” –película de acción sobre wuxia, un antiguo arte marcial–, Wong explora temas similares a lo largo de su filmografía, como el paso del amor al desamor, la alienación urbana y el peso nostálgico de los recuerdos. Con pocos diálogos y estructuras narrativas no lineales, Wong Kar-wai construye dramas visuales en los que prioriza la expresión de sentimientos, en lugar de hacerlos explícitos.

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El aspecto visual es lo mejor de las películas de Wong Kar-wai, un “kaleidoscopio de colores e identidades”, como lo describió un crítico de cine. Aquí es esencial mencionar el papel del cinematógrafo Christopher Doyle, quien colaboró con Wong en siete de sus películas y contribuyó a delinear su estética desde la década de los 90. Los lentes y ángulos no convencionales, cortes abruptos y sobresaturación de colores son evidentes en “Chungking Express” (1994), “Fallen Angels” (1995) y “Happy Together” (1997). Esta combinación de técnicas contribuye a la sensación de constante movimiento, que contrastan drásticamente con las escenas más contemplativas.

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Sin embargo, es la técnica de step-printing que creo representa mejor su estilo visual, especialmente en esta época. Step-printing implica filmar una escena en una tasa baja de fotogramas por segundo, luego duplicarlas o triplicarlas, y finalmente proyectarla a una tasa estándar de 24 fotogramas por segundo. El resultado es una distorsión en la percepción del tiempo, donde todo parece acelerarse a la vez que la velocidad baja, una “textura”, como dice Wong. Cuando se aplica este efecto con el protagonista actuando en cámara lenta –especialmente en “Chungking Express” y “Happy Together”–, Wong comunica de forma original la alienación y soledad de los personajes en relación con la naturaleza frenética de la sobrepoblada ciudad de Hong Kong.

En el 2000 se estrena “In the Mood for Love” y se percibe una evolución en su estilo visual, una ‘sofisticación’ en cierto modo. Las tomas son más largas, los ángulos normales y los colores ya no tan saturados. Lo que resalta en esta película es la dirección de arte y la composición de las tomas: cada una parece estar cuidadosamente elaborada de modo que los protagonistas estén siempre en dobles encuadres. El espectador es testigo, observando a los protagonistas tal como ellos sienten que son observados –y juzgados– por la gente a su alrededor. Con largos travellings de los personajes entrando y saliendo del cuadro, los espacios que habitan cobran significado.

Muchos críticos han criticado a Wong Kar-wai por priorizar lo estético sobre una narración coherente y entendible (“style over substance”), pero lo que veo aquí es un modo de comunicación visual único y bello. No todas las películas tienen que tener una estructura aristotélica y un protagonista con objetivos claros. En lugar de eso, Wong Kar-wai –a través de un proceso creativo particular– opta por no partir de algo prestablecido y así experimentar con los actores y la atmósfera que transmiten los espacios donde trabajan, para presentar una obra que, más que relatar una historia tradicional, transmita emociones con cada toma.

No en vano he llamado su proceso creativo ‘particular’; Wong pocas veces llega con un guión definido y sus películas han tomado hasta cuatro años en realizar (una de ellas incluso fue finalizada 24 horas más tarde de la fecha acordada para su estreno en Cannes). Aquí tenemos una aproximación curiosa frente al arte de Wong, quien incentiva a sus actores a que improvisen en escena para captar la espontaneidad del momento, en lugar de ensayar previamente o de seguir técnicas de actuación. Aún con una larga y caótica producción, sus películas parecen haber sido hechas por alguien con una visión artística clarísima de lo que quería realizar, y no hay mejor ejemplo de esto que su obra maestra, “In the Mood for Love”.

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Si bien muchos señalan que “Happy Together” fue un punto de quiebre en la filmografía de Wong Kar-wai, fue “In the Mood for Love” la que –para mí– significa un momento clave en el trabajo del director. A la par de la evolución estilística vista previamente, “In the Mood for Love” representa una madurez en la expresión narrativa y emocional de la que Wong es capaz, donde la temática del amor ‘pasivo’ o no consumado se consolida en la composición de cada toma. Con pocos diálogos, la dirección de los actores se canaliza más en su expresividad; la acción está en las miradas, las posturas y los roces. El hecho de que esta película haya sido ideada casi en su totalidad en el set y que haya resultado en una obra tan consistente, emotiva y pura es sólo muestra de la genialidad de Wong Kar-wai para crear atmósferas que persistan con el tiempo.

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