El siguiente texto es una colaboración de Nicole Copello, miembro del grupo de colaboradores de Sub 25, a la sección de Cine

En una época donde la originalidad es una de las cualidades más escasas y apreciadas en el arte –particularmente en el cine–, creo que no se habla suficiente sobre el cine de Roy Andersson, un sueco con más de 400 comerciales y tan sólo seis largometrajes en su haber. Si bien hay indicios de una estética particular en la composición de sus comerciales, es recién en el año 2000 que establece marcadamente su estilo, reconocible tanto por los temas recurrentes que analiza como por la técnica visual que lo caracteriza. En esta ocasión, me gustaría explorar su trilogía “de la vida”, compuesta por Songs from a Second Floor (2000), You, The Living (2007) y A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence (2014).

Empecemos por lo visual. La estética de Roy Andersson parece no tener precedente alguno, y no logro encajarlo en ningún género determinado. Está influenciado por el neorrealismo, especialmente por la película italiana “Ladrón de bicicletas”, y comparte con ella el uso de actores no profesionales con el fin de lograr una mayor naturalidad en pantalla. Sus películas están compuestas por tomas muy largas en una sola posición de cámara fija, diseñadas cuidadosamente de forma que cada escena se asemeja a una puesta en escena teatral. El mismo Andersson señaló en una entrevista que no quiere ninguna escena que sea “visualmente indiferente”, sino que construye cada encuadre meticulosamente para que el espectador pueda absorber la abundancia de detalles. Un crítico de AV Club incluso compara la mente del sueco a la de un curador de museos, colocando su muestra e “invitando a los ojos a merodear de esquina a esquina”.

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Cada encuadre en las películas de Andersson es lo que el director llama –con influencia del teórico de cine André Bazin– una “imagen compleja”: planos abiertos con mucha profundidad de campo que se prestan para observar detenidamente cada esquina, cada gesto. La imagen compleja no dirige la atención del espectador hacia un momento en particular como sí lo haría un montaje convencional, donde se utilizaría un plano-contraplano para enfatizar en las emociones de los personajes. Roy considera que esto es manipular al público, al evocar las sensaciones que el cineasta quiere en él para conseguir un lazo emotivo con la obra. Por otro lado, la imagen compleja obliga al espectador a estar activo y hacer el trabajo del editor por él mismo; mientras que en un primer plano se pierde el contexto, un plano abierto da lugar a una mayor interpretación.

Esta estética singular y monocromática no se pierde con las temáticas recurrentes de la trilogía. Como indica al inicio de A Pigeon, la intención de Andersson es explorar la condición humana y lo que implica ser un humano en general. Esto no se muestra mediante grandes actos heroicos o momentos de grandeza, sino en los pequeños detalles, como correr hacia el ascensor, hacer una llamada telefónica, llorar por un amor no correspondido en un baño, o incluso quedarse atrapado en la puerta de un tren. Roy Andersson realiza una especie de estudio al hombre contemporáneo; enaltece sus miserias y pequeños destellos de esperanza. Celebra la trivialidad de lo cotidiano con una mirada nihilista y hasta fatalista, pero con un sentido del humor absurdo que convierte sus obras en tragicomedias.

Hasta ahora he hablado de la trilogía como una obra unitaria y tiene sentido, no sólo porque vi las tres películas de un tiro, sino también porque comparten lo que Andersson llama “fragmentos de existencia”: pequeñas manifestaciones de lo mundano de la vida que reflejan la extrañeza –encantadora e impredecible– de vivir. Pero también es cierto que cada película tiene su propia identidad.

Songs from the Second Floor demoró cuatro años en realizarse y fue estrenada en el 2000, 25 años después de su última película. Songs from the Second Floor parece estar compuesta por eventos desconectados y presentados al azar, pero son unidos por un hilo conductor que llega a crear una cadena casi surreal y absurda de consecuencias. La técnica de profundidad de campo presente en cada encuadre hace que podamos interesarnos tanto por la acción principal como por lo que está sucediendo en el fondo, incluso detrás de una ventana hay acciones que merecen atención. Los personajes comparten una fisonomía extraña, todos extremadamente pálidos, inertes y consumidos por un mundo incomprensible. Con un humor negro, poco expresivo y con una inclinación hacia lo apocalíptico, esta primera entrada de la trilogía explora temas como la comoditización de la tradición religiosa, la fragilidad de las instituciones sociales y la facilidad con la que la especie humana puede perder de vista el valor en la vida.

Algo genial sobre esta cinta es que Andersson se inspira en el poema de César Vallejo “Traspié entre dos estrellas” para su realización, abriendo con el verso “amadas las personas que se sientan” e incluyendo el resto en una cómica escena donde el hijo del protagonista se ha vuelto loco por escribir poesía.

Al terminar de ver You, The Living sentí una especie de respiro, como si la segunda película de la trilogía fuese un acercamiento más ligero, esperanzador o sentimental frente a la incertidumbre de la vida. Luego recordé una de mis secuencias favoritas de la película y la pensé dos veces: un hombre se toma varios minutos para arreglar el mantel de una mesa, con vajillas de 200 años encima. Tras un minucioso cuidado, jala el mantel y arroja todo al piso. La siguiente escena es su juicio, donde es condenado a la silla eléctrica. Su abogado llora, mientras que el hombre le dice que “así es la vida”. Mientras los guardias llevan a la silla, los herederos de la vajilla –ya rota– observan la escena comiendo canchita. Tal vez la ligereza de la película se siente en el humor; pareciera que Andersson es cada vez más consciente del absurdo y juega con él, dejando el espectador en risas por la inminente desgracia de sus personajes.

Andersson completa la trilogía con A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence en el 2014, casi quince años después del estreno de la primera. Esta empieza con tres encuentros con la muerte: un hombre sufre un ataque al corazón mientras descorcha una botella de vino, una señora en su lecho de muerte que no quiere soltar su cartera con joyería, y un hombre que muere en la cafetería de un barco, pero el capitán se preocupa en qué hacer con su comida ya pagada. La tragicomedia se siente con la trama principal, que sigue a dos vendedores de juguetes de bromas cuyo lema es “queremos hacer que la gente se divierta” cuando no parecen haberse divertido jamás. Aun así, A Pigeon es la más oscura de las tres, donde Andersson medita sobre la soledad, alienación y la culpa colectiva e histórica por los crímenes contra la humanidad, con unas escenas donde la comedia se desvanece y nos quedamos con un retrato verídico y crudo de la paradójica inhumanidad de nuestra especie.

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Roy Andersson es sumamente crítico de las tendencias del cine contemporáneo y su rechazo es evidente en el estilo temático y visual que ha forjado. Con la imagen compleja, Andersson (re)construye fragmentos de existencia de la forma más honesta posible, permitiéndole al espectador estimular su mirada por cada esquina del encuadre para absorber todos los aspectos de vida que el director tiene que ofrecer. Andersson piensa que las formas de narrar convencionales son aburridas y flojas, y rompe con esas barreras para no sentirse atrapado en una fórmula predecible y poco creativa.

Ahora bien, creo que la concepción que tiene Andersson sobre la vida humana no puede desligarse de su idea sobre cómo hacer cine. Creo que está cansado de una industria que representa la vida humana de forma extraordinaria y que manipula al espectador a sentir determinadas emociones. Para Andersson, la belleza de la vida humana está en su banalidad, en las cosas más triviales como lavarse los dientes o sentarse en un parque.                                                                                                En llorar, en sentirse humillado, en no sentir nada.

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