EL FIN DEL MUNDO, PARTE II

En el transcurso de las últimas dos semanas El Dominical (el suplemento cultural del Diario El Comercio, el medio/conglomerado más antiguo/poderoso del Perú) ha llegado a publicar hasta tres artículos sobre la crisis que se avecina (obviamente) al sector editorial y literario. Los más interesantes son los firmados por Jerónimo Pimentel, cabeza de la editorial Random House en Perú y José Carlos Fangancio, un conocido reseñista de poesía peruana.

Más o menos ambos artículos desembocan en las mismas conclusiones: las editoriales literarias y las librerías se encuentran contra la pared ahora mismo y si no agonizando, en coma. La imposibilidad de poder vender libros, el cierre de librerías, la ruptura de la cadena de pagos y la cancelación de todos los eventos públicos y sociales hasta el próximo año, ahorcan hasta poner morado a un ecosistema compuesto alrededor del libro impreso (y que a diferencia de otros sectores que empiezan a reactivarse, no tiene la posibilidad de digitalizarse, en un modelo que postergó por mucho el uso de estas herramientas) A estas apreciaciones, ambos autores agregan el pedido de un posible rescate del estado a este sector de editoriales y librerías (ya que, en palabras de Jerónimo Pimentel aún estamos a tiempo de evitar una catástrofe) Todo lo expuesto es más o menos cierto. En este mismo momento – y tan de pronto- el conglomerado de ferias, eventos y comunidades que configuraban la mayor parte de “la escena literaria” han sido canceladas sin fecha de regreso.

Y si bien lo esperable sería que estuviésemos de acuerdo con los dos escritores de El Dominical, también pienso que hay varias incongruencias en sus pedidos. Especialmente en apuntar que el fin de estas editoriales y librerías será una catástrofre (afirmaciones que pueden derivarse de la exageración de alguien en pánico pero también, de la boca de un sector sumamente presumido)

PINGUIN RANDOM LLORANDO EN VIVO

Creo que el desprecio del estado neoliberal al sector cultural es algo detestable (y que su apoyo económico debería ser una prioridad en tiempos de paz para cualquier país al que le importe su población y pueda tomarlos más allá de ser simple mano de obra) Pero habría que tomar con pinzas esto, pensar en quienes son las personas que se encuentran detrás de esos ruegos y qué está sucediendo como para que un pez grande de Pinguin Random House como Jerónimo Pimentel se ponga a gimotear en público.

Sé que no es un secreto que casi siempre he estado en desacuerdo con la mayoría de componentes de gran parte de la escena literaria. Especialmente con las editoriales-negocio y la función que han tenido durante las últimas décadas para animar a los circuitos locales. Y si bien para las personas que estén en contacto con la escena literaria peruana (y con específicamente su poesía) es también una obviedad decirles que en muchas formas las editoriales-negocio han significado un lastre para los autores. Parte de la crisis del sector letrado ahora mismo es producto directo de su incapacidad de tomarse en serio lo digital como un espacio para empoderarse, publicar y promover literatura. Los autores más emocionantes de las últimas décadas pocas veces han visto su promoción a través de editoriales que hayan apostado económicamente por ellos (y de hecho, lo más emocionante de la poesía peruana reciente ha venido casi siempre de publicaciones autogestionadas, autopromocionadas o de editoriales pequeñísima, que encontraron un aura de libertad alejadas del ecosistema más letrado) Es por cierto, ese mismo sector que cuida celosamente los PDFs de los nuevos libros y no da opciones digitales para su lectura. Que por tanto tiempo bajo la figura de servicios editoriales armó catálogos de autores por pago.

Sé que nada de lo que he mencionado es exactamente un delito, pero hay un nombre mejor que simplemente asignarles el rótulo de “ser algo que pienso es muy malo”. La escena literaria compuesta por las editoriales-negocio (grandes y chicas) ha sido extraordinariamente mediocre en crear comunidades, nuevos medios de difusión y publicar cosas interesantes. Tanto que acabó por estallarles en la cara.

El error también parte de los autores. Apróximadamente una vez a la semana recibo un inbox de un autor joven preguntándome “¿Dónde puedo publicar un libro?” Tal vez el mayor éxito del ecosistema de editoriales-negocio es haber hecho creer a los autores jóvenes que son una necesidad para poder convertirse, precisamente, en autores (apelando a métodos de prestigio muy obsoletos como el favor académico y la elegancia letrada). Mi respuesta es básicamente la misma a todas las consultas: no necesitas una editorial para publicar, y aún más, no necesitas una editorial para ser un autor con una buena cantidad de lectores. Tú mismo puedes lograr desde tu autonomía y a menor costo, lo que editoriales te ofrecen luego de pagar mil dólares. Tú mismo puedes publicar un libro del formato y materiales que quieras por mucho menos dinero de lo que ellos te ofrecen. Tener ese grado de independencia no solo repercute en el bolsillo, sino en tener ciertos derechos sobre tu propia imagen que hacen que toda la experiencia de escribir y publicar sea aún más provechosa y divertida. Luego retomaré este punto.

NEGOCIOS MEDIOCRES

Por cierto, si eres un joven no tan privilegiado y de clase media y has estado en contacto con editoriales y has trabajado como vendedor en alguna feria del libro, debes ahogarte de risa cuando este sector ahora golpeado económicamente pide ayuda entre sollozos como si ellos significaran algo sumamente necesario y diferente (y que se presentan a si mismo algo así como los caballeros de la cultura) Difícilmente se dirá, pero la recientemente cancelada Feria Internacional del Libro de Lima, tiene en sus pasillos el mismo respeto por sus trabajadores como  lo tiene McDonald´s. Cada año, puedo ver (y he vivido también en mi propia experiencia laboral) la explotación de jóvenes por la mayoría de los stands que la conforman. Malos sueldos, horarios extenuantes y post-adolescentes desmayándose en los pasillos luego de horas de trabajo sin descanso y el stress de los supervisores amenazándote con no dejar que se pierda algo o tú lo pagarás.

Es el mismo asunto con las librerías que anteponen los números a la literatura. Si eres un autor joven y has intentado dejar tu libro editado independientemente en alguno de estos establecimientos, habrás notado el ceño fruncido de los libreros al ver tus ejemplares y preguntarte o decirte no muy cortésmente que bueno “esto no se vende no?”. Y luego de convencerlos (casi rogándoles) y dejar tu libro enterarte que sí! hubieron ejemplares que (milagrosamente?) se vendieron; darte de cara con una serie de trucos y procedimientos burocráticos para desanimarte o negarte el porcentaje del dinero por el que vendieron tus libros. Es decir, robarte en tu cara. Esa fue una experiencia repetida con mi último libro, al que dejé personalmente en unas diez librerías de Lima.

Creo que el asunto es espinoso porque la cultura es un mal negocio, o uno que funciona de forma mediocre si se le compara con poner un bar o un restaurante. Por ello, tratar a la cultura como un negocio es involuntariamente ridículo, y genera las contradicciones que acabo de mencionar (señores que dicen muy seriamente que están haciendo un bien al país pero explotan a tus amigos por el otro lado, destinándolos a horarios horribles y sueldos vergonzosos, en lugar de sincerarse y simplemente mencionar números en sus entrevistas como una pequeña empresa promedio) Creo que sería un buen momento para asumir, como ya muchas editoriales independientes dentro y fuera de Perú lo han hecho, que publicar poesía o literatura es un fracaso económico y tratarlo de otra manera es tonto. Principalmente anteponer el dinero a la calidad de las publicaciones, a la creación de una comunidad o al simple trato de la gente, es absurdo. Hace que te veas igual de idiota que el administrador de una cadena de minimarkets. Por que lo importante y distintivo de estos proyectos nunca está en su capacidad comercial (y que por ello en un escenario post-capitalista sería loable que el estado se encargue de subsidiar las vidas de las personas que decidan dedicarse con amor a tener una editorial) Que así suene cursi, la posibilidad de una comunidad de intelectuales en internet, habrá de nacer no por sus ventas, sino por algo tan desinteresado pero efectivo como compartir. Los que han publicado y leen esto ya lo saben. La meta sería afinar ese compartir. Por el lado de las editoriales que lloran y de Jerónimo Pimentel, con los lentes empañados imaginándose al borde de un cráter de volcán; quedaría recomendarle que hubiera sido mejor poner una bodega, de ese modo aún estaría a tiempo de evitar una catástrofe. Al sector editorial-negocio no le importó la creación de escenas ni el compromiso de los autores, ¿Por qué ahora debería preocuparnos su caída?

EL FIN DEL MUNDO, EL FINAL

En realidad, el fin de esa generación de autonombradas editoriales independientes conformadas en su mayoría durante los años 2000s es un enorme cheque en blanco para una verdadera renovación de los circuitos literarios peruanos. Y si bien menciono esto de manera local, es muy probable que el mismo escenario se esté repitiendo en varios países. Otro de los puntos que quería tocar antes de terminar esto, es que una de las bases para una futura comunidad de intelectuales en internet, es la independencia de estos para tener la libertad de decir lo que de verdad piensan. Algo muy poco común en una época de adhesiones y gritos. Durante los últimos 5 años he visto como la mayoría de autores nunca se animan a mencionar directamente las falencias que encuentran en proyectos locales, por una necesidad de caer bien a todos y básicamente, no perder favores luego. Claro, en un medio reducido donde supuestamente los editores son la fórmula para posicionarte, erróneamente nadie querrá chocar con ellos. Pero el efecto del Covid 19 en la literatura puede ser similar al que tuvo con la clase trabajadora, recordarles que ellos son los indispensables. En la escena literaria actual las editoriales y las librerías negocio son prescindibles, lo que mueve las emociones, gestas y decepciones literarias, son finalmente los autores. El paso a seguir es solidificar la escena virtual literaria, agilizando y emprendiendo proyectos que permitan un mayor flujo de lectores desde la virtualidad. Y que los autores tengan la determinación de ser sus propios distribuidores y administradores, algo extraordinariamente más fácil que hace diez años. Si es que nuevas formas se han postergado no ha sido por falta de pericia, sino por desidia o desprecio a las plataformas digitales.

Vale la pena mencionar que no el 100 % de proyectos caen dentro de la escena que acaba de implosionar con el covid-19. Pesopluma debe ser la editorial peruana (también preocupada por sostener un modelo empresa!) pionera en vender gran parte de su catálogo a precios muy accesibles a través del formato e-book, formato por el que apostó desde su fundación. Librería Inestable de Carlos Carnero es otro proyecto a destacar. Librería Inestable ha logrado tener un catálogo siempre hermoso de poesía en español, y que (como bien debes saberlo si eres un poeta joven peruano) siempre ha abierto su librería a títulos de autores nuevos, por más desconocidos que sean y sin estafas de por medio, siendo el motivo de hypes de autores jóvenes que conocieron en sus instalaciones un lugar para difundirse. A sí mismo, Librería Inestable agiliza sus ventas a través de un grupo de Facebook de más de 6000 miembros donde publica los nuevos libros que les van llegando. Estos proyectos bien merecerían un rescate, y de seguro de necesitarlo, las comunidades que se han generado en torno a estos no dudarían en hacer todo lo posible para salvarlos. Tal vez el ejemplo más brillante que el ecosistema literario no se acerca a una catástrofe es la desaparición de Paracaídas Editores, la editorial de poesía peruana más activa hasta hace unos meses, luego de un escándalo de proporciones. Si bien inicialmente se hubiera podido pensar que esto repercutiría en el número de publicaciones de poesía en el Perú, no fue así. Ese vacío fue rápidamente llenado por nuevos proyectos editoriales (a destacar están Alastor y Personaje Secundario, que usando redes sociales lograron que sus títulos tengan buena repercusión en los lectores) y por libros auto-publicados digitalmente. Desde que comenzó la cuarentena se han publicado al menos unos tres poemarios peruanos en línea (entre ellos lo nuevo de una poeta joven, Victoria Mallorga) No hay, entonces, nada que temer.

Del mismo modo, para los lectores las librerías-negocio estilo Crisol o Ibero hace tiempo que dejaron de ser primeras opciones para conseguir libros. La mayoría de veces se opta por la piratería, los libros de segunda mano o conseguir el ejemplar en algún torrent incrustado al fondo de internet. Los precios de los ejemplares en estos lugares son la mayoría de veces inaccesibles si no tienes una estabilidad económica (algo difícil entre estudiantes, por ejemplo) Si es que algunos libreros aún pueden ser tan queridos son los que luego del cierre del Boulevard de Quilca, aún pululan en los alrededores con sus pequeños precios. Tal vez ese sector de libreros debió ser escuchado cuando cerraron las instalaciones del antiguo boulevard.

Desearía acabar esto siendo cruel, no podría negar que este nuevo escenario me entusiasma por significar una posibilidad de una tan ansiada renovación. Mentiría si no sonriera (al menos un poco) Pero luego de la cuarentena, es imposible desearle una muerte lenta a las viejas editoriales. Será una muerte rápida. De hecho, esto no es siquiera una profecía. Es una exequia. La muerte de todo un ecosistema literario sostenido hace al menos quince años fue tan rápida que nadie se dio cuenta. Toca ahora construir uno nuevo y mejor.

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