Compartimos unos singles de Kurdistán, el nuevo libro de Juan José Rodinás, de pronta aparición en Sala de máquinas (Puno, 2017)

Rapsodia Nick Cave: feat Tim Spector

 

A veces tienes ganas de arrojar un chorro de pintura

(sobre la rueda de un tren que pasa por una pradera

con árboles en forma de acertijo)

y ver qué ocurre.

 

Seguir la narración, acomodar el peso

de los superpaisajes en una bolsa de comprar el pan.

La tienda. A veces tienes ganas de visitar la tienda

y arrojar una taza con orejas de ardilla sobre la mesa del tendero

y pedir “el vuelto”. Las cosas que no hay

desordenan los paisajes reales. Varias magnolias crecen,

pensamientos, sobre el cuerpo del perro que esperó

que su amo no hubiese muerto (el mes entero que regresa).

 

Algo sin nada se reproduce sin control.

Algo sin nada es inmortal (pero no es esto).

 

Pero no sabemos qué es, ni si nos sobra o si nos falta.

¿Un hombre no sabe qué hacer de su vida? Un hombre

se debe a sus telómeros: rosas del envejecimiento.

Un hombre no sabe qué hacer con su cabeza flotante,

pero sueña una taza de sopa. Se llama cromosoma.

Se llama hambre. Se llama hambre. Se llama brisa

en la cara del cachorro muerto. Este verano es limpio

como una filmadora instalada al aire libre,

sólo para memorizar las hojas que caen sobre ella.

La célula sufre, deja de replicarse y acaba destruida.

Es la limpieza que no sabe. Gotas de telomerasa

que reparan el canto, reparando al cantor, hueco.

El daño suave, el proceso de expansión del caos sobre el orden

anula mis puntas diferentes y una sola cae.

Busco mi punto débil. Todos mis puntos son débiles.

Me siento en la acera, sin dinero y pienso. Y pienso.

 

 

 

Después de la lectura de Alicia en el País de los Cuantos de Robert Gilmore

 

La nieve dibuja

una casa roja que no verás por ahora.

La casa roja está allí, pero tienes que esperarla un poco.

 

Dicen los que saben de algo

-y uno es El Ignorante-

que un copo de nieve se ha extendido en la península

bajo la mano y bajo la mano hay partículas de agua

entre la piel y el viento.

 

En esa imagen,

en un micropunto de esa imagen,

se desprende un quark extraño

porque es imposible,

de un neutrón de un átomo hidrógeno

porque es imposible

hacia el paisaje, se desprende el antineutrino

en la paleta de tres colores.

Un quark extraño se desprende

porque es imposible.

 

Entiendo que esto, el hombre común,

-como yo que aquí sólo imagino-

sólo puede –también- imaginarlo.

 

¿Puedes imaginarlo conmigo?

 

Un racionalista lo habrá pensado diferente,

pero lo cierto es que la nieve ha derribado la casa

para dar sentido a esta precipitación de lluvia

y de partículas, cómo no, elementales.

 

Se teje la materia punto tras punto

-del punto al punto-

hay un color de encaje entre los hilos

del quark encanto al quark arriba,

del quark extraño al quark abajo

del quark fondo hasta el quark cima.

 

Un cielo imaginado sería suficiente

para que este neutrón tenga hogar en la casa de la vida.

 

Cielos claros donde un mirlo es ordenado

monseñor de las estrellas de los valles vacíos.

Y ruiseñores quarks vuelan sobre la cima del neutrón.

 

Todo está en todo- reza el adagio.

 

El color reúne.

 

Rojo que no es rojo: ¿un antirrojo?

Verde que no es verde.

Azul que sólo es azul a veces

-azul del antiazul a veces-

como ahora que la nieve se derrite y la pala del granjero

se hace visible.

 

El color da sentido, pero es irreal.

Desde abajo de la materia el gluón pega lo invisible,

pero es casi tan irreal como tú y yo mientras leemos esto.

 

Une.

Pega lo invisible.

Pero tú has visto que no hay nada que ver.

El mundo

-y su baile de quarks-

de pronto es sólo el mundo

y la primera

y única mariposa.

 

 

Pequeño experimento contrafáctico

 

 

  1. Retrofutura. La soledad del corredor de fondo

 

Alguien sueña martillos sobre mi casa en construcción.

Yo me construyo con pedazos

de los martillos, no de la construcción.

 

Yo construido. Yo destruido.

Un niño corre entre los soldados de la Iglesia:

es una fotografía que miro en internet.

Llora, corazón dentro, su casa destruida.

 

Es el paso del tiempo.

 

La portada de una revista de bienes raíces

no se parece al hogar de muebles rotos

donde mi abuela vieja peina la cabeza de mi abuela niña.

Abuelas sicológicas que nacen de los flores de diente de león

que no ha destruido el parqueadero nuevo.

 

Esto sucede en la mente,

(es un camión volcado)

porque el niño destruido ya es un hombre destruido

Un hombre que sueña camas de un hospital abandonado.

Un hombre que cuida trapos como si fuesen pacientes.

Un hombre que cuida trapos como si fuesen niños.

Un niño se multiplica y atraviesa los muros de los hospitales múltiples.

Las salas de neoplasia, los colibríes que usan peluca entre gasas y yodos.

Salgo a mirar un perrito que vadea el arroyo

de un corazón que llora (en un zapato negro).

 

Y el perro se ahoga.

¿O era el gato en la caja de Schrödinger?

¿Está muerto el gato que mira hacia dentro de sí?

Quizás se convierte en un gato real llamado Gregorio,

el amigo más sincero que tuve (su lección inhumana).

¿Caricatura con muerto es divertida?

Por supuesto.

Sin embargo, no creo (más) en los humanos.

Las imágenes crujen y se deshacen desde mi pregunta.

¿Quién eres?

 

Los martillos sueñan avalanchas contra un cerebro frío.

Y el perro y el gato se ahogan.

Los tornillos hablan inglés americano

y dicen que los turcos estrujaron los dátiles

y que los arrendajos gotean sobre platos como soles de arroz.

-¿Te gusta el fútbol?

-Mucho.

Hubiese querido ser volante ofensivo del América de Quito.

¿América de Quito?

Un equipo que ya no existe: igual que yo (o casi).

Mi jugador favorito:

Zinedine Zidane, elegancia, girasol y estilo.

 

Hoy estoy triste porque mis manos no tienen recompensa

entre los vasos que circulan.

Hay gente tan profunda que resulta frívola.

Hay gente tan frívola que resulta noble.

 

Llueve sobre los azulejos de vieja lacería.

O sobre las mejillas de la mujer pobre

que camina a tomar el autobús a las seis de la mañana.

 

Imagina que recorres la vida en bicicleta

con una cámara fotográfica que responde a la conexión eléctrica

entre el cielo que dicta y la mano que no existe.

 

La lluvia regresa a la estratósfera

y es un conjunto de nimbos que se mueven sobre el horizonte.

¿Quién soy? ¿Cómo se llamaba mi padre?

 

Yo vivo en un ascensor inmóvil de paredes translúcidas.

Miro charcos de agua entre las ortigas y las casas desoladas.

Es el paisaje de mi casa de infancia.

 

Se caen sus paredes

y hay un conjunto de comercios chinos y burócratas que pasan.

 

Se caen sus paredes.

Y un hombre solo es el sueño de un hombre que abre una botella

en el baño y se pone a beber y cantar sin lógica ninguna.

 

En este piso, hay peluquerías para cerdos.

En este piso, hay peluquerías para hombres tristes que fingen ser alegres.

 

Se caen sus paredes y camino en un juguete abstracto.

Un tangram que sólo se resuelve destruyéndolo.

 

En el último piso, hay otro mapa del mundo:

hermosa vista donde los hombres del barrio miran la construcción de un muro.

Beben una cerveza mientras tanto.

 

En 1979, nadie llegó desde ninguna parte- dice la vida.

La historia de un hombre que todas las noches

recuesta su cabeza entre dos almohadas y respira con lentitud amarga.

 

Soy la casa de un aluvión que descuelga magnolias

sobre una carretera donde estoy yo, gritando, “querido alguien, enumérame”.

 

Un nadie que recorre la noche en una bicicleta celeste.

Un nadie que sueña una cuchara de plata en un vaso de agua.

 

En el jardín, varios gorriones llevan sombreritos de copa.

Un niño dibuja la palabra “ninguno” sobre su camisa de colegio.

 

Esto es absurdo. Esto es real.

No hay radiación en las flores de cerezo.

Los zapatos de magnolia se deshojan en otoño.

 

Soy un tipo corriente, pero imagino que mi vida existe.

Un hombre que quiso ser un corredor de fondo,

al que le dieron de niño un premio de atletismo

tras dar la vuelta al barrio suburbano.

Quizás hoy el mundo extiende su rocío de luz

sobre la cara de un hombre desempleado

que prefería haberse dedicado a otra cosa.

 

Como ser un zapatero que fabrica botas

que no tocan el suelo y, si lo tocan, producen un chasquido

levemente infinito.

 

 

Rapsodia donde el amor incluye una yihad islámica

 

 

Hoy recuerdas a esa muchacha irreal (el amor imposible,

impasible, un sauce de protones tomando té en Starbucks).

 

Y una carterita.

 

Un cráneo magnolia gira dentro de un corazón binario:

la flor rompe la teoría: una canasta de semillas rojas.

 

Este paisaje de pérgolas donde paseas bajo un globo aerostático

y recibes una descarga eléctrica sobre tus mundos derretidos.

 

(Humanos derretidos en una escena derretida).

 

En una almuerzo de sillas enfrentadas,

hay venganzas que son para reír en el restaurant de enfrente.

 

¿Amor? Que una mujer succione tu alma con sorbete:

eres un batido de pegamento y muerte.

 

Hola mundo: una cabeza se desagrega en átomos que hoy

se depositan en una taza humeante sobre la mesa de un café vacío.

 

Cielo incógnita: sé que me vas a destruir, amor mío.

Cráneo Johanna. Cráneo Silvana. Cráneo Pregunta.

 

Y una carterita.

 

Recordaba estas cosas. En un túnel bajo nuestra cobija,

varios combatientes armados y encapuchados transportaban

 

proyectiles y virus que arrasaban los tiempos y los cuerpos,

los corputiempos. Los humanos vestidos, desvestidos,

 

se mueven sobre la tierra y quizás, en el futuro,

se ensamblen sobre una cama tendida, destendida.

 

Franja de una piedra negra que ni siquiera tiene adiós.

Una imagen espiral -como ésta- es cruel o humorística: jamás ambas.

 

Una bomba entre dos sillas enfrentadas de espaldas.

Alguien, hace seis meses colocó la bomba que sólo hoy estalla.

 

Hace mil años habríamos estado silenciosos:

exhaustos o caídos, calculando el espacio entre los pies y los zapatos.

 

Un alto al fuego sobre el desierto de las fotografías.

Encapuchados con bolsas de plástico, los hijos que no tuvimos

se despiden con un beso de pistolas humeantes,

 

como si dentro de sus tumbas conceptuales y abstractas

alguna vez nos hubieran conocido. “Con las ideas y

 

las técnicas de guerra, el amor es una plantita líquida y sencilla

que no puedes sostener con las manos”. Sólo el frío le da forma.

Y el calor la desvanece.

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Juan José Rodinás (Ambato, Ecuador, 1979-) Ha publicado Los rastros, Viaje a la mansedumbre, Barrido de campo, Código de barras, Cromosoma, Estereozen y Anhedonia. Además, ha reunido su trabajo en antologías personales como Los páramos inversos o  9 grados de turbulencia interior.

Ha obtenido algunos reconocimientos como el Premio Internacional de poesía joven La Garúa 2007 y el Premio Festival la Lira 2013.  Actualmente, cursa un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Leeds.

 

 

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