Biografía tecnológica / La pregunta por el tiempo de vida en Ciencias Naturales de Jorge Posada

Colaboración de César Panza

Una persona que es feliz no puede tener miedo. Ni siquiera cuando se enfrente a la muerte. 

Solo aquél que vive no en el tiempo sino en el presente es feliz.

Wittgenstein

 

Un show de comedia negra intelectual relata un episodio de la biografía de un lector en donde se relata la mudanza de intereses desde las ciencias humanas hacia las ciencias naturales. Una fascinación por el aristotélico Averroes, un inconveniente amoroso, una propensión a la hipocondría y un profundo temor a terminar siendo una versión 2.0 del albatros baudelairiano lo llevaría a desertar de la facultad de humanidades para enrolarse en las filas de las ciencias duras. Atractivo de éstas: una solidez epistémica superior (risas). Otro atractivo: un menor compromiso con el poder (más risas). Detonante: un flashback de un desoído consejo de El Diablo que le señalase la importancia de comprender cómo funcionan las cosas antes que las palabras (el fundamento real de los poderes infernales reside en el pragmatismo). Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de evidenciarse la ingenuidad que lo llevó a cometer tal error de juicio, o mejor dicho, el horror. Así terminaría la primera parte de ese capítulo antes de los cortes comerciales: el romanticismo de un joven Fausto en épocas de posverdades.

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Por más que existan retaguardias puristas, ecológicas, lúdico-teóricas, los programas contemporáneos de formación científica apuntan a formar cuadros y oficiales autistas para las trincheras de la generación y transmisión de energía, la metrología, la automatización y el cómputo, la industrialización de la producción alimentaria y farmacéutica, por decir lo menos. Soldaditos intelectuales militantes del desarrollismo, sea por exceso de fe cartesiana, cinismo popperiano o comeflorismo à la bachelard. Hoy la ciencia está al servicio de la técnica, y ésta al servicio de la guerra. Se trata de la penosa identidad entre saber y poder.

Heidegger, por ejemplo, espantado por la bomba atómica que a mediados del siglo pasado amenazaba a la cosa comentó que antes se llamaba techne también al traer lo verdadero ahí delante en lo bello, se llamaba así también a la poiesis de las bellas artes (…) Este nombre lo recibió al fin como nombre propio aquel hacer salir lo oculto que prevalece en todo arte de lo bello, la poesía, lo poético (Heidegger, M. – La pregunta por la técnica). Su imaginación no llegó a alimentarse con la literatura sci-fi, tanto menos llegó a conocer la ingeniera tras la big data, la biometría o los motores de google y los hiperespacios (como instrumentos de la maquinaria industrial-financiera-comercial), pero estaba realmente aterrado por la instalación furiosa y ciega de la técnica, hasta el punto en que un día nos despertemos y, a través de todo lo técnico, (alerta de trabalengua fenomenológico) la esencia de la técnica esencie en el acaecimiento propio de la verdad. Amanece y ya fue el día en que la técnica, con las ciencias naturales a su servicio incondicional, ha definido hasta cómo sucede nuestra verdad más cercana, la identidad de sí.

Posada no se preocupa por hacer que la voz de Jorge en su libro Ciencias Naturales (Jámpster Ebooks, 2017) se pregunte explícitamente quién soy. Deja correr económicos versos y dibujos domésticos en donde lo que se manifiesta de sí es una yuxtaposición de números como trozos de su identidad, magnitudes, proporciones, precios, horarios, cantidades que aparecen mediadas a través de escenas de experiencias cotidianas donde las ciencias naturales no son más que los usos de tecnologías de consumo final.

trozo de identidad

896 gr

lo envuelvo en plástico

precio unitario 19.41

consúmase antes del 25 de abril

ingredientes

sodio (68% de la consumición diaria recomendada)

bilis

saborizante artificial (p. 7)

 

Autobuses, lentes, teléfonos, máscaras, autolavados, triciclos, monedas, cereales, manzanas, tintes, bombillos,  sábanas, películas, fármacos, almohadas, tostadores, insecticidas, cloro, zapatos, cañerías, televisores, aspiradoras, neveras, papeles, drogas, frutas, carnes, cosméticos, parques de diversión, periódicos, toallas sanitarias, panes, ropa, cámaras, sillones, computadoras, basura, ropa, libros, harina, herramientas. Todo el libro está plagado de objetos que las ciencias y la tecnología nos han brindado como compañeros de vida. Cosas que aparentemente no son constitutivas, pero se han vuelto extensión, prótesis y más: sin ellas hoy no podríamos ser. Ninguna se escapa de la labor de definirnos, y por lo tanto posibilitan una experiencia desde donde aparece algo verdadero sobre Jorge, algo relevante en su convivencia diaria con las personas y las cosas:

 

cumplo 15 años de trabajar en la oficina

donde marcos enfermó de los nervios

un bloque de yeso en la nuca

donde yolanda murió al enterarse tendría que vender

los muebles de su madre

concepción lo hizo con las manos en el piso

hay matrimonios que comparten sus horas de transporte y encierro

mastican lasaña de hastío

las secretarias pegan con diurex su dolencia de pulmones

los jefes afirman jubilarse pronto (2091)

llevan en la frente el estímulo de sus horas extras

como ciertos peces abisales

una luz fosfórica (p. 11)

 

¿Quedará algo de la identidad que no dependa de cómo se manipule a la naturaleza para vivir en ella? Una pista podría estar en el tiempo, el tiempo de vida, sea relativo o absoluto. Todo en nosotros cambia y es moldeado por la técnica, salvo el hecho de ser seres históricos. Por eso el tiempo aparece repartiendo ansiedades a los individuos de múltiples generaciones (la edad de mi hijo/ tragándose el miedo como una oruga). El tiempo (ese misterioso fenómeno natural que todos sabemos qué es, si no nos lo preguntamos, y si lo hacemos, que San Agustín responda) vuelve a aparecer en el poema citado inmediatamente arriba como, sobre todo, el tiempo de trabajo y su inclemente paso hacia la muerte. Y al respecto es poco lo que la técnica ha podido dar respuesta. Dicen que Walt Disney todavía espera:

 

durante 20 años madre

se tiñó el cabello

lo llevó cobrizo

rojo

castaño

ébano

rubio

 

usaba guantes

para no mancharse la piel

un peine para esparcir

la tintura desde el cráneo hasta las puntas

 

lo hizo aun cuando estuvo muy enferma de los nervios

 

padre se pintó la barba y las cejas

en una década en la que no consiguió empleo

 

durante mi adolescencia me oxigené

tuve el cabello azul y morado

 

este año madre dejó de teñirse

así que durante semanas tuvo varios colores en la cabeza

 

no sé si esto representa un paso a la vejez

o un viaje que a los 65 se parece a la libertad (p. 12)

 

La ciencia al servicio de evitar o retardar la muerte se ha quedado en relatarnos que las hidras de mar son inmortales, y mientras tanto ha ido perfeccionado otras formas de atarnos. Los objetos ya no son compañeros de vida, son cadenas. Posada lo sabe y por eso pone una música de afección ambigua para el baile macabro de la muerte con nosotros y nuestro tiempo de vida, para el trabajo, las horas extras, ocultar la vejez para conseguir empleo; esas pequeñas guerras que se libran por los tratados de libre comercio y las crisis de acumulación. Él mismo ha dicho en una entrevista:

Por otro lado, siento que hay una exigencia: “¡Sé libre! ¡Busca la libertad!” Esa exigencia oculta su falta absoluta, la libertad la vendemos por un salario. Se nos exige ser libres: libertad y éxtasis al elegir una marca de refresco, al votar a la derecha o la izquierda, decisiones que benefician a otros. La libertad sobre nuestro cuerpo no existe, depende de los legisladores.

El título del libro de Jorge Posada, Ciencias Naturales, atrae en primera instancia por la necesidad que tenemos de acceder a una realidad verdadera, sin trampas o espectáculos, cosa que irónicamente Discovery Channel orientó a pensar que solo la ciencia, desinteresada y fiel, podría proveer para responder qué somos, tolerando por supuesto a esa abstracción conveniente que la caracteriza. Pero los 24 poemas que lo componen se encargan de mostrar que en nuestras sociedades americanas, las identidades sociales de los individuos son tan numerosas como conflictivas y dramáticas. Dice Igor Kopytoff: el drama de las biografías personales se ha convertido de modo creciente en el drama de las identidades: de sus colisiones, de la imposibilidad de elegir entre ellas, y de la ausencia de señales provenientes de la cultura y la sociedad en su conjunto que contribuyan a la consecución de dicha elección. En resumen, el drama consiste en el carácter incierto de la identidad; un tema cada vez más dominante en la literatura occidental moderna, donde este tópico hace a un lado los dramas de la estructura social. (Aa. Vv., La vida social de las cosas. Perspectivas culturales de las mercancías)

En estas formas de vida, la biografía de los objetos que la técnica ha puesto en nuestras manos, sea para consumirlas o terminar de producirlas, esconde de alguna forma el mapa para hallarnos fragmentados en el homogeneizado mundo de las mercancías: la biografía memorable de una persona, vista desde cualquier afecto que despierte sus secuencias, escenas y episodios, se convierte en una historia que tensa el conflicto entre lo singular y lo general, lo individual y lo común. Para que al menos ganemos tiempo, Posada nos sacude del miedo a  la muerte, la inevitable, y nos plantea subrepticiamente una incertidumbre oracular, con todo su valor y fuerza: cómo será nuestra vida a partir de hoy, al menos luego de que nos preguntara para despertanos ¿qué es más extraño/ masticar un pedazo de hueso/ o peinarse?/ ¿un saco de harina/ o una pala? (p.29) Incertidumbre esta que, demostrado científicamente, ninguna ciencia natural podrá disipar o esclarecer. Mucho menos indicarnos qué hacer con el tiempo ganado.