Uno de los libros que promocionamos en nuestros inicios como web fue el híbrido y hasta cierto punto polémico Tikray del cuzqueño Jorge Vargas Prado, publicado allá por el 2012. Dicho libro, escrito desde un sentimiento de lo andino en el siglo XXI, era un experimento de hibridación entre géneros literarios, así como una mezcla entre modos de escritura que en su conjunto daban forma a un libro-objeto bilingüe, un artefacto desmesurado sobre lo que es para el autor ese choque entre la posmodernidad pop y la cultura tradicionalmente andina con su estética popular desde esa otra orilla.

El más reciente libro del también cuzqueño Odi Gonzales (Cuzco, 1962) se enfrenta a esas mismas urgentes situaciones con las que lidiaba Vargas Prado en Tikray, solo que tomando como base una poética menos experimental y visiblemente influida por la polifonía coloquial de Hora Zero. Los textos tienen un ritmo bastante logrado que rememora los poemas largos y rockeros de los autores reunidos  en la clásica antología de Oviedo Estos 13.

Sin ser necesariamente una copia mimética de estos, en realidad el proceso técnico de Gonzales se basa en atentar contra esa plataforma de poema horazeriano, dándole vueltas por sus aristas y hasta cierto punto cuestionándolo desde su forma. Pletórico en referencias pop  que van desde bandas de indie actuales hasta menciones a personajes como el Inca Garcilaso. El molde cuestionado aleja a los poemas del libro de ser correctos o formales dentro de este modo.

La manera en que Gonzales afronta la posmodernidad en su poemario, es decir ese incansable choque cultural entre lo pop y lo andino, se puede oponer a la visión canónicamente aceptada de lo andino desde los estudios académicos actuales. Un libro como el de Gonzales significa un cuestionamiento a ese vox populi que ronda entre los claustros universitarios en lo que se piensa a lo andino y a sus diversas experiencias culturales como especies de pandas a punto de extinguirse, y cuya preservación debe conservarlos en su estado “natural” y puro. Bajo este enfoque, la cultura andina es un conglomerado de expresiones culturales formadas hace varios siglos y cuyas formas de no ser idénticas a las tradicionales, no son válidas.

Pero lo cierto es que el tiempo y fenómenos como la urbanidad, la globalización y el Internet golpean y transforman por igual a los habitantes de estas expresiones culturales. El tiempo no está detenido para nadie. Los hablantes de quechua se documentan a diario de referentes alejados de sus raíces tradicionales. Y más que emitir un juicio sobre si estas nuevas condiciones son positivas o negativas, son las que están sucediendo. Negarlas y retomar a lo andino desde una visión estática es un lamentable caso de melancolía.

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Gonzales se pregunta constantemente sobre la supervivencia de lo andino luego de su choque con estos nuevos referentes culturales. El libro también contiene poemas de amor clásicos escritos desde el ritmo que Gonzales ha sabido moldear de forma muy lograda y detallada párrafos atrás. Varios de los poemas de Gonzales llegan a ser bastante buenos y son high-lights de su libro en conjunto. Elogio de una lengua nativa en la lengua dominante (Garcilaso Inca Revisited) es probablemente el poema más bello del libro, particularmente sentimental, resulta una loa a la supervivencia de esas raíces a pesar de sus nuevas formas. El poema inicial recupera una historia oral de una pequeña persona y la pone al lado del famoso escritor checo Milan Kundera, escena que puede resultar un guiño al último y póstumo libro de Gamaliel Churata (aquel gran poeta puneño de la época de la vanguardia que precisamente no se comió eso de lo andino como un lugar estático o puro) Me refiero a La Resurrección de los Muertos, en el cual se produce un diálogo entre Platón y un profesor e intelectual andino. El melancólico final El último Inka (Photoshop) más que significar una pérdida o una derrota parece más bien el preludio a una nueva concepción de los fenómenos culturales sobre los cuales Gonzales se ha volcado.

Tal vez lo único que pueda resultar deficiente del libro es que por momentos algunos poemas pueden resultar excesivamente letánicos o repetitivos, aunque esto afecta muy poco al conjunto. El libro puede leerse también como un grito de angustia desde el centro de un mundo en plena formación, uno de continentes acomodándose. Entre ese mundo en el cual el personaje grita en tres idiomas (inglés-quechua-español) sobre referentes tan diversos y aparentemente irreconciliables, este actúa como el hilador entre esos caminos, el cruce entre esas experiencias y maneras. Finalmente Ciudad [C]oral es un libro contra la melancolía, que toma a lo andino desde una perspectiva sumamente real al mismo tiempo de darnos poemas muy buenos y emocionantes. Leerlo es una experiencia altamente satisfactoria.

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