La Edad de Merecer – Berta García Faet

berta garcia faet

Cuando acabé de leer el libro de Berta, me pregunté ¿qué quiere merecer?, ¿es la edad solo una categoría para señalar un espacio de tiempo?, ¿o la edad de merecer es diametralmente otra cosa? A priori, la lectura más sencilla de esta frase, que da título al libro, es quehay una edad que no alcanzamos a merecer algo pero que luego, con el transcurrir de los años, con el paso del tiempo, habremos logrado merecerlo. Parece casi una recompensa, parece casi un premio por la constancia, o por la trayectoria recorrida que merecemos lo merecido. Por ejemplo, después de entrenarnos en cualquier disciplina que se practique, merecemos un logro. Un lugar, un espacio, un reconocimiento. Mi pregunta anterior no es pura palabrería, no es retórica gratuita, sino un acercamiento a la lectura del libro de Berta García Faet. A una lectura, por lo menos. Y no es gratuita mi interrogante porque me parece que se engarza con la intención central del libro: aprender a desaprender. Ese tal vez sea el merecimiento.

Permítaseme repetirlo: aprender a desaprender. Es un libro de aprendizaje, en el mejor de los sentidos. Un libro para educarse. Berta hace un repaso a todas las cosas que marcan nuestro aprendizaje en la vida, lo que aprendemos by default en nuestra vida, a las cosas que realmente importan: nuestra educación sentimental, la política, el sexo, la familia, la religión, la soledad, el amor, el tiempo, la sociedad, la filosofía. Menciono algunos, acaso los más generales e importantes, pero en realidad Berta revisa con mayor minuciosidad a tantísimas cosas, aún pequeñitas, aparentemente triviales, están puestas en relieve, en una trascendencia acaso vital: los pájaros, los cuartos de hotel, las partes del cuerpo, la tevé, lo pop, algunos animalitos, etcétera.

Pero el aprendizaje que hace la autora, cuando pasa revista a todas esas cosas, no es una revisión desapegada, cínica, ajena, sino todo lo contrario: vinculándose, poniendo el pellejo, inmiscuyéndose en el transitar de esas cosas que la afectan, se sumerge en ellas. No hay distancia intelectual, aunque hay referencias cultas, a la filosofía del lenguaje, a la religión, a la construcción de políticas del cuerpo. La relectura de ese transitar por sus días tiene un escepticismo tierno. Es una búsqueda con los ojos de quien ha vivido, sufrido, amado y aprendido. No es pretenciosa en ese sentido, no, porque el tono que le influye a la revisión es un tono íntimo, casi confesional, en ese mismo sentido es también un ajuste de cuentas.

Ese equilibrio, entre revisar y nombrar las cosas que le afectan y su ajuste de cuentas, lo pone, con cierto escepticismo, su cultura, su educación, sus lecturas, pero también su experiencia, que le permiten tener esa visión desapegada y crítica de todo lo sucedido. Ese, tal vez, sea el mejor mérito de este libro. El equilibrio entre lo vital y lo emocional, entre lo vivido y lo observado. En realidad, es el mérito de la primera parte del libro, porque el libro adquiere otro tono en la segunda parte.

No lo he dicho antes siendo muy importante, lo diré ahora: el libro está estructurado en dos partes. La primera es La edad de oro, que es la parte que corresponde a la primera juventud, a una edad acaso más ingenua, y es a la que, con mayor o menor acierto, me he referido; y la segunda parte es Hombres y mujeres de cierta edad. Aquí el tono adquiere un mayor relieve, la voz más madura, y acaso maximiza lo anterior, aunque se deja de lado las menciones menos circunstanciales, menos decorativas, para llegar a un tema que le apasiona y que quizá sea toda la excusa del libro: el amor. Pero para llegar a esto claro hay que desaprender lo aprendido, y a mí, dicho sea de paso y atrevidamente, no me parece fácil, nada fácil.

“No hay nada que importe realmente que no sea el amor. El amor es el juez. El amor es la verdad. El amor es lo único que trasciende. Es lo único que importa. Las lágrimas se secarán, el sol se ocultará, el viento se apagará, pero el amor prevalecerá. El amor lo soluciona todo. Nada morirá si hay amor. Si hay muerte es que no se amó.”

Hay, eso sí, lo quiero anotar, un poema o un pequeña serie de poemas que sirven de bisagra entre las dos partes. El primero esTrece tesis para la mejor comprensión de los pájaros en edad de merecer, y el segundo son la serie de poemas llamadosPoemas en edad de reconstruir (hasta que lo confiesan todo). El primero es un poema largo evocado a modo de tratado científico o con una base lógica, esquemática, donde se esbozan trece tesis para comprender que el yo poético aquí está dejando una tiempo, que es también una fragilidad, para emprenderse en construcciones más complejas, incluso en su sintaxis. La segunda son una serie de poemas en que el yo poético es completamente lírico, que pasa revista, no sin cierta ironía y humor, a distintos temas, mitológicos, científicos, sexuales, pero también cotidianos, ordinarios. En suma, estas dos partes constituyen la antesala, el prefacio, a la última parte que es, digamos, la concluyente, la lección aprendida, la despedida, el desaprendimiento. Constituida principalmente por las epístolas a Camil C Stinga, la última parte pone en relieve y trascendencia todo lo aprendido anteriormente. Que es, en realidad, una desnudez. Visto así, o dicho de otro modo, aprender a vestirse (con esas ropas que dan la educación, la cultura) en realidad a aprender a desnudarse. Un desnudamiento sin tapujos ni vergüenza para confesarlo todo y asumir su pena, soledad, su paso a otro tiempo, modo. Se menciona un viaje, incluso aeropuertos, despedidas, besos, balcones, breves menciones al pasado, guiños a planes truncos, en fin. Una sucesión de confesiones que se ponen en relevancia para despojarlos de su solemnidad, para quitarles su cursilería, aunque nunca deje de hacerlo.

El lector decodificará como mejor le guste. A mí me gusta esa ambigüedad, ese desapego tierno, esa lucha dura casi por reconstruirse.El amor está desprovisto de ropajes metafóricos porque se cuestiona el uso de la metáfora misma. Hay solo una gran intención aquí: el amor es la ética y la metaética. No hay nada que importe realmente que no sea el amor. El amor es el juez. El amor es la verdad. El amor es lo único que trasciende. Es lo único que importa. Las lágrimas se secarán, el sol se ocultará, el viento se apagará, pero el amor prevalecerá. El amor lo soluciona todo. Nada morirá si hay amor. Si hay muerte es que no se amó. Pero no solo es pasado, es también una apuesta al futuro, y el futuro no está sino en el amor. Aprender a desaprender, es aprender a desnudarnos de esos ropajes y construir una nueva ética, la del amor.

Hay un cuidado formal que a mi gusto encuentro un poco excesivo, demasiado pulcro. La poeta ha tenido un particular cuidado aquí, ha construido y ordenado sus versos y la estructura con suma atención.Acaso menos pulcritud le conferiría una cercanía y complicidad aún mayor.

Escribir un poemario a modo de expiación catártica de viejos amores es un tema recurrente y se podría decir casi de aprendizaje. Sin embargo, creo que para este poemario, La edad de merecer, es solo una excusa, un punto de partida. Es mucho más ambicioso y sus tejidos internos la acomplejizan y enriquecen.. No hay una crítica aquí, ni una postulación a una nueva forma de amar, sino es acaso todo el poemario una excusa para reconciliarnos con nuestros amores pasados, pero no reconciliarnos con nuestras viejas cruces, sino con nuestras nuevas armas, nuevas herramientas. Y tal vez ni eso, porque tal vez quería solo contártelo.

 

Colaboración: Jorge Castillo