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En esta ocasión publicamos una colaboración de Roger Santivañez, quien entrevista al poeta cubano José Kozer, uno de los más importantes poetas de la movida “neobarroca” que dominó la poesía latinoamericana de los 80s en adelante
+ un poema inédito en exclusiva para esta web 🙂
Roger Santivañez: ¿Qué es para ti la poesía?
José Kozer: Respondo desde una incertidumbre que me acompaña desde que escribo poesía, o sea, desde que tengo uso de razón, ya que comencé a hacerlo a los 16 años de edad, sistemática y vorazmente, y la he venido haciendo hasta la fecha, en que cuento con 77 años, y llevo tres lustros escribiendo a diario poemas. Hablo de incertidumbre porque en verdad no sé qué es poesía (y no voy a caer en Bécquer y ciertas componendas románticas que huelen a bolero barato) ya que no escribo poesía sino que hago poemas, como el alfarero hace vasijas o el labrador pincha la tierra para poder comer.
Esos poemas que hago, y ya suman más de 11,800 a la fecha, son una pereza, una molicie, un abandono, un desconocimiento, un desencuentro diario con los llamados significados de la existencia (pienso que la existencia es el castigo que nos imponen los dioses, como lo piensa el Libro de Manú) y a estas alturas del juego, al menos de mi juego, una atrocidad de la que no me alejo porque, amigo, de algo hay que vivir.
Roger Santivañez: ¿Cómo definirías el Neobarroco en un párrafo?
José Kozer: Es el otro lado de una moneda que por una cara tiene la poesía más directa y conversacional, de visible raigambre usamericana, y en una línea que se aleja de la tradición en lengua castellana, tradición que cristaliza en el Siglo de Oro con el Barroco y sus parangones (Góngora, Quevedo, los místicos o los pocos místicos que en el mundo han sido, Baltasar del Alcázar, un cierto Lope, Calderón y demás) y que es la otra cara de la moneda: cara en la que el lenguaje, esa última torpeza de la existencia, impera, imponiendo densidad, recovecos, pliegues y repliegues, desasosiegos de dificultad que parten justo del desconocimiento, y una cierta reacción a la época en que se escribe, y que como siempre es época difícil y que por ende precisa de la escritura en cuanto dificultad.
Roger Santivañez: ¿Cuál sería la “base poética” de tu propuesta de escribir un poema diario?
José Kozer: Me gusta que aparezca entrecomillado eso de “base poética” y yo entrecomillaba también lo de “propuesta”. No se trata de una propuesta en cuanto nada me propongo. Es algo que hago, se realiza casi sin que intervenga en mí lo volitivo, me sucede y con toda naturalidad: quizás lo único que hago es dejar que el suceso me suceda, no lo interrumpo ni lo aborto, lo dejo correr, fluir, y como el que no quiere la cosa (yo mucho ya no la quiero) lo veo siempre atónito y con asombro convertirse día a día en un (otro) poema. No niego que el hecho (la palabra es un tanto prepotente) me atrae, me sustenta, es como si fuera vida, una vida y mi vida: y desde esa perspectiva veo aparecer el nuevo poema, “le sigo la corriente” y lo veo desembocar, sin mucho yo esforzarme, con tranquilo alivio. Al día siguiente corrijo el poema, ya medio olvidado, lo encarpeto y lo olvido para siempre.
Añado, para terminar, que cuando escribo no siento angustia ni desacuerdo conmigo mismo, o sea, desacuerdo entre mi cuerpo y mi mano (la mano del cuerpo): hago poemas, agradezco que eso suceda (no sé a quién lo agradezco) y observo que la actividad me da salud, alegría, una ocupación (creo que tener una ocupación es importante) que luego de hacerse me lleva a un ligero encogimiento de hombros.
TOMBEAU
Predicó las tres virtudes al pie de la encina, justo a la
entrada del templo
(en una bocacalle)
dedicado al
colosal Emperador
(Diocleciano o
Constantino, no
recuerda): y eran
frugalidad; oído
atento; ausencia
(perentoria) de
ficción.
Su público una teoría de grillos, acopio de gorriones, por
tongas la desproporcionada
hilera (invención) de una
sola clase de hormigas.
La hermosa inscripción (letras de fábula) donde armonizan
forma y contenido, buril
y granito se compenetran,
aparece borrada en todo
el sarcófago (asunto que
lo tiene en ascuas) la
causa el continuo ir y
venir (devenir) de las
alimañas: el atento
predicador (oído en
mano) se reconoce, y
es lo clásico, polvo de
regreso (adónde, y a
qué) lo exiguo y lo
parvo lo contentan:
se ve por unos
borrones apenas
legibles de la
inscripción que
comió bellotas, oyó
composiciones
monocordes, y fue
su verdadera biografía
obstinarse en entrecruzar
las formas (cabeza de
grillo, ala sucia de
gorrión, pata de
hormiga): quimera.
Adentrarse en los bordes extremos de la creación.
Tropezar (balbucir) caer
(una bellota golpea su
boca abierta, el fárrago
de vocablos se desbarata,
el cuerno del porquerizo
trepana sus oídos, se
atasca): acabar por
admitir que su palabra
fue aventada a los
cuatro vientos, puntos
cardinales y estaciones,
fue transformada en
espejismo (nacido de
la elocuencia) tres
pedruscos que un
alma piadosa
colocara en su
momento (pedruscos
sustraídos a la letra
escrita de las palabras
del predicador) yacen
en hileras (dobles)
(paralelas) disueltas
sobre una tumba.
José Kozer nació en La Habana, el 28 de marzo de 1940. Hizo una maestría y un doctorado en literatura luso-brasileña y fue codirector de la revista Enlace de Nueva York (1984-1985).
Durante tres décadas fue profesor de literatura hispana en el Queens College de Nueva York (1967-1997). Vivió dos años en España. Actualmente reside en Florida (EE.UU.).
En 2013 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.
Ha recibido las becas Cintas y Gulbenkian.