El arte visual ha tenido dos vertientes en los últimos años: una digamos oficial y clásica, que sigue una estética bastante consecutiva de la historia y que se rige a partir de la Academia la cual mantiene la vigencia y el canon en todo el arte en general, y una vertiente que ha tomado el desvío posándose en un terreno altamente explotable, básicamente por los medios con el que este arte se produce. Es en este desvío donde el arte resiste y ejerce su poder más reaccionario y novedoso. Existen en la escena local distintos colectivos y artistas que desarrollan su trabajo dentro de este terreno a los que no solo vale la pena darles nuestra atención, sino que sería injusto no hacerlo.

Algunos de ellos son el Colectivo llerta, desde luego las páginas de Facebook dedicadas a los memes o imágenes vaporwave de calidad visual baja, el colectivo Ánima Lisa y, uno al cual mencionamos con empatía por la calidad estética pero también por ser el que más haya experimentado con el medio de producción del Internet y las páginas webs ultra interactivas, Gifggenheim. Fuera del espacio virtual, las muestras del arte visual que estos colectivos practican suelen ser sobre-experimentales, jugando con el espacio, adaptándose a él o amoldándolo de tal forma que la obra se vea plenamente fundida e indiferenciada de los demás elementos.

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Hace dos días, el Proyecto Victoria Sánchez (aquí te explicamos en qué consiste este proyecto) inició una de estas muestras en el espacio público tal vez más común de toda Lima y que cualquier transeúnte de a pie conoce: una bodega. Cuántas veces hemos entrado a la bodega de la esquina para comprar pan (si también es una panadería), la mantequilla que te acabaste la noche anterior o una caja de chelas que luego regresarás vacía para reclamar un sol por cada botella. Has entrado y visto los precios y salido para entrar a la bodega del costado porque ahí está más barata la cerveza o porque en la otra no venden shampoo en sobre. Pero nunca hemos entrado a ver simplemente la bodega, a preguntar por el diseño de la botella Coca-cola o por qué el aire es un componente esencial de las frituras embolsadas y abarca más del 70% del envase.

De hecho, entrar a una tienda solo para ver el diseño de las cosas o su ordenamiento sin comprar nada tiende a relacionarse con la pérdida de tiempo en una sociedad donde la principal tarea del sujeto es consumir. Por eso es que las tiendas, sin contar a las cadenas de supermercados donde más de uno va a “pasear”, suelen estar abarrotadas de objetos ordenados de modo simple y genérico que casi no ha sido pensado. Existe un vendedor y un comprador, nada más. No quieren que te sientas bien ni que disfrutes del ambiente ni que los recomiendes, la única relación posible es el consumo.

Proyecto Victoria Sánchez- arte en la tiendecita Vicky

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Este proyecto ha sido formado por tres artistas y una curadora, quienes han ideado al espacio público y cotidiano de la bodega como una fuente de simbolismo hipermoderno donde todo salta a la vista, y lo han transformado (simbólicamente) en un espacio artístico-expositivo donde las obras de arte dialogan directamente con botellas de cerveza, frituras embolsadas, carteles publicitarios y afiches, sin que este pierda su cotidianeidad. Los expositores son Pierina Másquez, miembro de Gifggenheim, Benjamín Cieza Hurtado y José María Denegri. Las obras, bajo la curaduría de Gisselle Giron, están hechas a base de tela o papel, y está camuflada en medio de los productos en venta, haciendo de estas obras no un vacío en medio de la mercadería, sino que forma parte de esta.

Así, en lugar de estar en una galería convencional, donde los estratos socio-económicos se hacen tangibles, las obras se acercan al punto límite de decir “mírame como miras ese paquete de Doritos”, “cógeme como coges la Pilsen”, “pregunta por mí”. Pero sobre todo, lo que las obras en esta muestra gritan es “consúmeme”. En realidad las obras de arte de una galería convencional hacen lo mismo, pero no con tanta explicitud. Y es que es esta una de las funciones secundarias del arte, en donde existe una relación con el espectador (teniendo en cuenta que “contemplar” una obra de arte es también una forma de consumo que escapa del sistema monetario) que disipa cualquier tipo de solemnidad.

Esto recuerda la forma en que Boris Groys determina la necesidad del museo para que exista una verdadera expansión del arte: si ya existe una obra, no se volverá a hacer una igual, sino una que dialogue con y esté constituida a partir de esta. De ese modo,la muestra del proyecto Victoria Sánchez no es ni totalmente experimental ni totalmente transgresora, pero ya hace bastante al sacar el museo del estatismo y reinventarse en lo popular. Es aquí donde finalmente el arte va a resistir, en la capacidad que tiene para ser contemplado/visto/consumido.

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La exposición seguirá hasta el 6 de febrero y solo tienes que preguntar por ella a la dueña de la tienda, Victoria Sánchez, y se te mostrarán las obras de arte. De hecho, las mismas obras se te presentan en forma de publicidad o producto al intentar consumir algo en la tienda. La idea es que el comprador común pregunte por ellas y las considere un objeto de venta más. Este es el primero de los cinco espacios limeños que el proyecto pretende abarcar e intervenir el espacio cotidiano con objetos principalmente contemplativos. Victoria Sánchez los espera en la tiendecita Vicky, avenida Domingo Orué 258, Surquillo, frente al conjunto habitacional Dammert Muelle.

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